Seguidores

2011/08/15

Escapada en Buenos Aires: un fin de semana en la Estancia San Pablo

Dentro de un complejo de chacras, funciona este hotel de campo en lo que supo ser el casco de una histórica propiedad rural. Queda en San Miguel del Monte, a sólo 100 km de la capital.


Un boulevard de plátanos, pinos y eucaliptos antecede al impactante casco de estilo art nouveau que se erige en las afueras de San Miguel del Monte, al sureste de la ciudad de Buenos Aires. En la cima de su agudo techo de tejas coloradas, una campana permanece inmóvil a pesar de que la brisa agita las hojas de las araucarias, las palmeras egipcias, el pindó, los tilos blancos y de tantos otros árboles, arbustos y enredaderas. Esta combinación de vegetales venidos de distintas latitudes habla del sello de Charles Thays, encargado de diseñar las cinco hectáreas de parque que rodean el casco de la estancia San Pablo.
La inmovilidad de la campana no es casual, puesta allí para musicalizar el paso de las horas que solía marcar el reloj francés, construido a medida de la casona y ubicado en la fachada principal, sobre un notable balcón con balaustrada que mira al campo llano. Sus agujas negras dejaron de girar un día, entre 1890 y 2011, a las 2.20. Desde entonces, algunas cosas han cambiado y otras permanecen inconmovibles, como la campana.

Desde Francia

Rosales añosos delinean el contorno irregular de la casa y guían hacia la puerta principal. Su estructura de madera y sus vidrios, protegidos por un minucioso trabajo de herrería, viajaron desde París para ser parte de esta residencia señorial que perteneció originalmente al general Díaz Vélez. Las tierras no habrían llegado a sus manos si él no hubiese participado, junto a Manuel Belgrano, en las guerras por la independencia; por eso el estado argentino le otorgó 3 mil hectáreas por sus servicios prestados a la patria.
Manuela, la hija de Díaz Vélez (tuvo cuatro hijos), se casó con el vasco Andrés Egaña y, en 1863, quedó a cargo de la estancia. El transcurrir de la vida hizo que la propiedad fuera trepando ramas del árbol genealógico por la vía paterna y hoy esté en manos de Guillermo Egaña; este tataranieto del general fue quien decidió, en 2005, abrir las puertas de San Pablo al público.
Junto con su socio, Jorge Fernández, y su hijo, que estudió hotelería en los Estados Unidos, se propusieron crear un auténtico hotel en medio de la pampa húmeda. El resultado es San Pablo, donde no están los propietarios oficiando de anfitriones ni los ambientes son escenarios de época con objetos y mobiliarios históricos (con alguna que otra excepción), ni se proponen paseos en carros o sulkies, ni  asados a la cruz ni ninguna de esas distracciones propias de las estancias. 
En esta propiedad de 357 hectáreas (repartidas entre chacras particulares y montes vírgenes), lo único que prevalece como testimonio de lo que fue la estancia es la estructura edilicia de la casa principal. Su arquitectura reluce, producto de un cuidado trabajo de recuperación y remozado, mérito de Guillermo. Arquitecto de profesión, se encargó de poner en valor cada ambiente del casco, sobre todo los tres que conforman la planta baja.
Al hall central –con pisos calcáreos originales– dan las puertas de doble hoja de la biblioteca, el comedor y el bar. Las paredes de la biblioteca, pintadas de color ocre, se ven embellecidas por una chimenea estilo imperio –copia de la que se encuentra en la sala de firma del Palacio Fontainebleau, en la ciudad homónima, Francia– y uno de los pocos muebles de época que el hotel conserva, en el que se atesoran libros antiguos, muchos de ellos en francés. 
En el ambiente contiguo funciona el restaurante San Pablo (abierto al público), espacio bendecido por una luz natural que se proyecta sobre la boisserie de roble de Eslavonia a la hora del desayuno. El desayuno es de hotel, modalidad americano (sin bien no incluye huevos revueltos).
Fue decisión de Guillermo pintar de rojo tomate las paredes del bar. Su objetivo, realzar una pintura original de 1800 que cuelga sobre la dorada chimenea dorada. Un dato interesante: el diseño que muestra el piso de madera es el mismo que el de los del Palacio Errázuriz, y no se trata de una mera coincidencia; sucede que el piso de San Pablo fue revestido con los sobrantes de material que se remataron, tiempo atrás, en el actual
Museo Nacional de Arte Decorativo. Este ambiente es uno de los más frecuentados por los huéspedes, sobre todo por quienes adoran acodarse en la barra hasta la madrugada.
Una escalera de roble de estilo francés lleva a la primera planta, donde se alojan un baño original y 4 habitaciones de lujo. Tres de ellas cuentan con baño privado, y el descanso tiene lugar en confortables camas king size. Equipadas con aire acondicionado frío/calor, las bajas temperaturas se compensan con la calidez de una caldera a leña.
Fuera del casco principal, las antiguas caballerizas y una antigua construcción se transformaron en otras nueve habitaciones, todas con acceso independiente al parque y baño privado. En ellas se puede apreciar la creatividad de Guillermo, que restauró muebles antiguos o creó nuevas piezas reciclando otras en desuso.
A todos estos espacios, disponibles para los huéspedes, se suman una piscina elevada con solarium, una cancha de tenis de polvo de ladrillo y un spa con ducha escocesa, sauna, baño finlandés y sala de masajes. Y para los cultores del movimiento que se demuestra andando, están las áreas de monte virgen que piden ser recorridas a pie, en bicicleta o a caballo.
San Pablo es un logrado equilibrio entre los apacibles paisajes rurales de llanura infinita y los servicios propios de un hotel.


DATOS ÚTILES
Ruta 215 Km 101, San Miguel del Monte. T: (02324) 15-46-6991.
www.chacrasdesanpablo.com
En invierno, la doble, desde $680 por persona. Incluye dos días y una noche con pensión completa con bebidas, copa de licor con brownies caseros, acceso libre al spa y actividades.

Por Connie Llompart Laigle. Fotos de Santiago Ciuffo.
Nota publicada en la edición 179 de Revista Lugares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario